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EL PODER DE LA MENTE.

Foto del escritor: Luis GutiérrezLuis Gutiérrez

La mente es muchísimo más importante que el cuerpo. El pensamiento puede crear formas, pero no hay forma capaz de engendrar un pensamiento; y sin embargo, la substancia mental es invisible mientras no se reviste de forma. El aire es invisible y está dentro y fuera del cuerpo físico; y no obstante, es un elemento esencial para la vida del cuerpo, pues el hombre incapaz de respirar no viviría. El océano mental que baña al hombre es tan necesario para la vida del alma como el aire para la del cuerpo. No podrá respirar sin aire ni pensar sin mente. Lo externo influye en lo interno, lo interno en lo externo, lo de arriba en lo de abajo y lo ínfimo en lo supremo. El hombre que pueda sobreponerse a las circunstancias existirá por sí mismo y será un dios.


El espíritu no está preso en la forma, sino que la cobija. La forma no contiene al espíritu, pues sólo es su expresión externa, el instrumento a cuyas vibraciones responde y sobre él reacciona. Dice el Sohar Wajecae: “Todo cuanto hay en la tierra tiene su contraparte etérea más allá de la tierra, y por insignificante que parezca, nada hay en el mundo que no dependa de algo más elevado. Así que, cuando lo inferior actúa recibe la influencia de su antecedente superior”.


Los más insignes filósofos de la antigüedad enseñaron que la mente (nous) solo reconocía el noumeno y cobijaba al cuerpo físico, aunque los ignorantes creían que estaba dentro de ellos. Los filósofos modernos han llegado a conclusiones semejantes. Así dice Fichte:

“El verdadero espíritu que adquiere conciencia humana debe considerarse como un pneuma impersonal (razón universal) y la finalidad del perfeccionamiento humano ha de ser substituir la conciencia universal por la individual”.


Dice el Bhagavad Gitâ:

“El Supremo Brahma está fuera y dentro de todos los seres; a un tiempo es inmóvil y moviente… Aunque indiviso, entre todos los seres está distribuido… Es la Luz de luces que fulgura mas allá de las tinieblas. Es el conocimiento y el objeto y fin del conocimiento, el que reside en todos los corazones”.


La misma verdad enunció Jesús de Nazareth al decir:

“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no anda en tinieblas, sino que tiene la luz de la vida”.


Y el más insigne instructor, Gautama el Buda, dice:

“Lo permanente nunca se mezcla con lo transitorio, aunque ambos son uno. Al cesar las apariencias perdura el único principio de vida que existe independientemente de todo fenómeno.


Es el fuego que arde dentro de la externa luz cuando se consume el combustible y se extingue la llama; porque el fuego no está en la llama ni en el combustible ni tampoco dentro de las dos, sino encima, debajo y por doquier”.


Este principio en que se apoya el reconocimiento de la verdad eterna es el Ego de cada ser humano, y quien logre conocerlo hallará su Cristo, porque no es el Jesús muerto, sino el Cristo vivo de los verdaderos cristianos, el viviente Salvador, la Divinidad que nacida en nuestra humanidad “permanecerá con sus discípulos” hasta la consumación de los siglos. El que una su alma con este Cristo, sea cual sea su credo religioso, será verdadero Cristo. Es el Logos de los griegos: el Adam Kadmón de los hebreos; el Osiris de los egipcios: el Iswara de los indos; el Camino, la Verdad, y la Vida; el Yo divino del hombre y el Redentor del genero humano.




 
 
 

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